Cuando más avanzamos hacia el futuro, más se nos “acerca” el pasado. Una reciente exposición realizada en España sobre la cultura mochica o moche, ha llamado la atención sobre culturas prehispánicas de las cuales aun no conocemos casi nada. Parece ser que se trata de una sociedad avanzada, con una orfebrería, alfarería ingeniería y arquitectura complejas.
Esta cultura y sociedad mochica es considerada tan importante como la maya. El descubrimiento y estudio de la tumba del Señor Sipán, a cargo de Walter Alva en 1987, despertó al mundo sobre la existencia de una civilización de más de cinco mil años. Ubicada en Perú, esta fastuosa tumba convierte a este país como el lugar y centro cultural más antiguo de Las Américas.
En la región del Valle de Lambayeque, en el noreste de Perú, en una tierra próxima a la costa, se inició en noviembre del año pasado un proyecto de investigación arqueológica bastante ambicioso, encaminado a la exploración concienzuda del área para encontrar nuevos restos no catalogados y valorar su grado de conservación, en aras de una política de preservación del rico patrimonio precolombino.
Hasta ahora se han documentado más de una docena de sepulcros y un templo, de diferentes culturas, ya que se han adscrito a sociedades que van desde la de los moches o mochicas (100 a. C.-800 d. C.), los chimúes (siglos XII-XV d. C.), la de Sicán (s. VIII-XIV d. C.) a la inca.
Ritos funerarios ostentosos y asombrosos
El hallazgo en Perú de la tumba de Sipán, las excavaciones realizadas en su entorno lo hacen comparable con el Valle de los Reyes en Egipto, en cuanto a complejidad y extensión. Uno de los cultos divinos más difundidos fue al dios de la montaña Aiepaec, el Decapitador. Sus rasgos felinos se acompañaban de tres serpientes con dos cabezas, un cuchillo y una cabeza en forma de hombre.
Los sacrificios humanos también eran practicados por esta cultura mochica.
Al morir un gran señor, como es el caso de del Sipán, era acompañado por varias personas a las que se les cortaban los pies para que no pudieran abandonar el lugar de enterramiento. El séquito condenado estaba formado por su jefe militar, mujeres jóvenes, sus esposas, un jefe de protocolo, varios miembros de la guardia o del ejército, y un niño de 10 años.