Algunos personajes de la historia se han caracterizado por una exacerbada soberbia, llegando a creer que estaban por encima de todos sus congéneres. Incluso, que estaban por encima de las leyes naturales. Y el destino, casi como en un acto burlón, les demostró lo equivocados estaban.
Tal es el caso de Atila, el famoso rey de los hunos que azotó durante años el territorio europeo, llegando hasta invadir Italia y hacer temblar a los habitantes de Roma. Afortunadamente, Atila no entró en Roma, pero ni por un momento pensó en detenerse en su afán de conquistar tanto territorio como pudiera. Un historiador contemporáneo de Atila cuenta que, durante la celebración de su última boda, sufrió una hemorragia nasal que le causó la muerte.
La coquetería tiene su precio
Isadora Duncan, famosa bailarina estadounidense, murió estrangulada por su propia bufanda de seda, la misma que siempre le gustaba vestir alrededor de su cuello. La bailarina iba sentada en el asiento del acompañante de un automóvil de un joven a quien ella había apodado Buggatti. En ese fatal viaje, uno de los extremos de su larga bufanda se enredó en la llanta trasera, provocándole la muerte inmediata.
Un pequeño paso para un hombre
La primer referencia a Wan Hu y su trágica aventura la encontramos en el libro Rockets and Jets, de Herbert Zim, publicado en 1945.
Zim cuenta que Wan Hu era un oficial menor de la Dinastía Ming. Un día tuvo la brillante idea de aprovechar el dominio chino sobre los cohetes y fuegos artificiales para viajar a la Luna. Así, con la ayuda de varios asistentes, confeccionó una silla con 47 cohetes adosados a ella.
Cuando llegó el día elegido, Wan Hu se presentó vestido con sus mejores ropas, se sentó en la extravagante silla y pidió a sus asistentes que encendieran los cohetes. Los ayudantes obedecieron y corrieron para ponerse a cubierto. Cuando se consumieron las mechas, hubo una gran detonación seguida por una nube de humo que tardó en disiparse. Cuando finalmente se disipó, ni la silla, ni Wan estaban allí. Y nadie supo jamás que fue de él.
La proeza de Wan Hu quedará marcada en la historia para siempre, pues han bautizado a un cráter de la Luna con su nombre.