En la noche del sábado al domingo se cambiaron los relojes, adelantándose una hora, que tiene como objetivo minimizar los gastos en energía a lo largo del año, pero que puede trastocar los hábitos de parte de la población, especialmente ancianos y niños.
El organismo podría tardar entre tres o cuatro días en acostumbrarse al nuevo horario, con una incidencia aún mayor en ancianos, niños, y personas trasnochadoras poco acostumbradas a madrugar.
Se trata de pequeños detalles pero que pueden afectar directamente al sistema inmune. Un reciente estudio elaborado por la Universidad de Yale determinó que el reloj biológico presentaba una estrecha relación con las actividades metabólicas del cuerpo, y para que sus efectos sean menos notorios propone una adaptación progresiva al nuevo horario modificando los horarios habituales. Para ello, sugiere que las personas que normalmente se vean más afectadas por estos cambios se despierten quince minutos antes los días anteriores para que el cuerpo se adapte.