El origen de los combates de gladiadores hay que buscarlo en las costumbres funerarias de los etruscos, aproximadamente en el siglo VI a.C., en cuyos monumentos aparecen representados, y, remontándose algo más, es probable que se encontrase alguna relación con la costumbre de inmolar los prisioneros en la tumba del héroe muerto en la guerra, practicada por algunos pueblos primitivos.
Dichos combates se introdujeron en Roma hacia el siglo III a. C. Nicolás de Damasco nos cuenta que en el año 264 a.C. se celebró un funeral en honor de Junio Bruto Pera, cuya última voluntad había sido que sus dos hijos organizaran tres combates simultáneos en la feria de ganado local. Cien años más tarde, la celebración de este tipo de juegos fúnebres en los que se enfrentaban varios esclavos propiedad de los organizadores se había convertido en una costumbre. Alcanzaron tanta popularidad que en el año 174 a.C., Tito Quinto Flaminio organizó un munus (servicio fúnebre en honor del finado) en Roma que consistió en enfrentar a 74 hombres en una serie de combates singulares que se prolongó durante tres días.
Estos ritos fueron extendiéndose entre la población, hasta tal punto que las elites políticas y económicas se dieron cuenta de que la organización de los munera era una forma de extender su fama más allá de la muerte. Un número creciente de patricios empezaron a incluir la celebración de estos juegos en su testamento.