La tristeza extrema provocada por la pérdida de un ser querido incrementa mucho el riesgo de que la persona que sufre esa pena pueda morir a causa de un infarto cardíaco, especialmente si la salud de su corazón ya está afectada. Esta es la conclusión a la que ha llegado una investigación de Harvard, que también afirma que en los seis meses posteriores a la pérdida aumenta considerablemente el riesgo de presentar ataque cardíacos, siendo las primeras 24 horas las más delicadas.
Pero el riesgo para nuestro corazón no está sólo en las consecuencias de la tristeza, sino que ésta puede llevar a la persona que la sufre a cambios en su organismo, como el insomnio, la falta de apetito y desbalances metabólicos, que finalmente también dañan al corazón. No se ha logrado demostrar porque ocurre esto, pero parece claro que el estrés psicológico, la angustia y la desazón que provoca la pena, afectan nuestra salud cardiaca.