Los vikingos gozan de una fama de pueblo aguerrido, de conquistadores a fuerza de la violencia y de guerreros agresivos. Pero el estudio de sus ritos funerarios pone en evidencia que tenían gran preocupación y miedo por la muerte.
Los vikingos creían fervientemente en la vida después de la muerte. Es más, el profundo anhelo de los guerreros era poder morir en batalla para ganarse el acceso al Valhalla, un sitio comparable al cielo o al paraíso, donde el propio Odín, el mayor de sus dioses, les aguardaba para darles una bienvenida digna de los héroes. Incluso, en algunas tradiciones, se dice que Odín enviaba a las valquirias, hermosas amazonas que montaban caballos alados, para llevar a los mejores guerreros hasta el Valhalla.
Vida después de la muerte
La mitología nórdica, en la que creían los vikingos, nos dice que en el Valhalla los guerreros más valientes combatían durante el día y al llegar la noche sus heridas se curaban mágicamente. Luego de ello, se presentaban ante Odín y celebraban grandes banquetes. Y así sucesivamente hasta que llegara el Ragnarok, la batalla final que todos librarían codo a codo con el propio Odín ante las fuerzas del mal. En cambio, las mujeres y aquellos que morían por causas naturales, ingresaban al reino de Hel, un inframundo donde las almas vagaban en la oscuridad como mudos testigos de la actividad de las Nornas, cuya similitud con las Parcas griegas es impresionante.
Ritos funerarios
Los vikingos poseían diferentes rituales para sus muertos, y cada uno de ellos dependía justamente de quien era el fallecido. Por ejemplo, un esclavo era colocado en un simple agujero en la tierra, y se esmeraban en cubrirlo correctamente para que su alma no volviera a incomodar a los vivos.
A los artesanos se los enterraba con sus herramientas de trabajo, mientras que a las mujeres las acompañaban sus joyas. Pero lo más llamativo es cómo despedían a sus personajes importantes: los depositaban en un drakkar (un barco) con sus pertenencias; luego lo empujaban para que se adentrara en el mar y desde la orilla le lanzaban flechas incendiarias que incendiaba el barco, consumiendo también el cuerpo.