Se trata de un mausoleo romano del siglo II, considerado el monumento fúnebre de origen romano mejor conservado de la Península Ibérica y uno de los mejores conservados del antiguo Imperio.
No fue hasta el año 1874 que el historiador Vicente de la Fuente descubrió el monumento e informó a la Real Academia de la Historia. Anteriormente, el mausoleo era utilizado para las cosas más banales; por ejemplo, se usaba como almacén, como refugio provisional y también era un lugar donde los niños iban a jugar y a tirar piedras. En aquel tiempo se conocía con el nombre de “Casa de los moros”, por el simple hecho de que siempre se atribuía a los musulmanes todas las construcciones antiguas.
Hay en Fabara quienes aseguran que una vez hubo una tentativa de destrucción del mausoleo, pero una tremenda tormenta, que devastó parte de las cosechas, lo impidió. Esto les hizo creer que en aquel raro edificio se escondía algún ente maléfico que, con la amenaza de alguna terrible maldición, era mejor no tentar. Ya no hubo más intentos de derribo, y desde 1931 está protegido bajo la figura legal de Monumento Histórico Artístico Nacional.
Una construcción sólida como una roca y una suerte providencial permiten a los modernos peregrinos admirar la sobria belleza del monumento mortuorio romano. Un monumento pensado para durar una eternidad, un monumento que mandaron levantar unos desconsolados padres por la memoria eterna de su hijo muerto, un niño llamado Lucius Aemilius Lupus.
Dentro de las tipologías de mausoleos, el de Fabara es un mausoleo tipo templo, porque imita en pequeña escala la forma de templos romanos.
El mausoleo está hecho en roca de la zona, piedra arenisca, cuya cantera ha sido localizada. La forma de construcción responde a la técnica de opus quadratum, es decir, grandes sillares de piedra perfectamente cortados y escuadrados que se asientan perfectamente en hileras sin necesidad de unión con opus caementicium; para unirlos se utilizaron grapas de hierro.