En Tokio murió a los 91 años el exteniente del Ejército imperial Hiroo Onoda, que siguió luchando en las Filipinas hasta 30 años después de la rendición de Japón en 1945.
En 1944 Hiroo Onoda sirvió en Lubanga, donde fue responsable de reconocimiento. Cuando conoció la noticia de la rendición de Japón, consideró que era propaganda enemiga y junto con otros dos combatientes continuó la batalla, esta vez contra las autoridades filipinas. Posteriormente, los dos soldados que lucharon con Onoda fueron asesinados.
Hiroo Onoda causó sensación cuando fue posible persuadirlo para que saliera de su escondite en la selva filipina en 1974. En las Filipinas el japonés podría haberse enfrentado a la pena de muerte por los ataques que lanzó contra militares y policías y por la matanza de unas 30 personas, pero a petición de Tokio recibió el perdón y volvió a su país.
Más tarde se trasladó a Brasil y se dedicó a la ganadería en el país sudamericano. Sin embargo, en 1984 regresó a Japón y fundó una escuela donde enseñaba a los jóvenes japoneses a sobrevivir en la naturaleza y a proteger el medio ambiente.
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