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Pues bien que tú, mi sufrida madre, no te manchaste nunca, sino que preservaste tu virtud y pureza TODA LA VIDA, y bien que no te desentendiste de los necesitados, aun siendo tú muchas veces la necesitada, y sacabas fuerzas de donde fuera para encima ayudar a otros. ...
Luego, muchos te pagaron con la ingratitud y el olvido de los beneficios recibidos. ... Y, como prueba suprema, por si fuera poco lo anterior, una agonía tan dura y dolorosa, con pocos allegados a tu lado para consolarte y aliviarte. ... (Dime tú, Mamá, si no me has puesto a mí, con tu propia conducta, un ejemplo tan difícil de emular para un hijo tan vago, egoísta y poco virtuoso como yo. ¿Soportaré yo lo que tú soportaste sin maldecir?). ...
Pero no renegaste de tu fe ni en tu sufrido quehacer diario, ni siquiera en el crisol final de tu enfermedad, al abandonar este mundo. ... Un mundo que, gracias a Dios, se desintegrará al final de los tiempos. Pero tu virtud no se desintegrará con el mundo, sino que permanecerá, (como la de cualquier persona buena y probada), porque emanaba del Santo, cuyas palabras tampoco pasarán (para terror irremediable de todos los malvados de todos los tiempos) y nos castigarán eternamente si no hacemos penitencia.
Pero tú no creo que necesites penitencia, Mamá, por todo lo que sufriste en este mundo, (y si, aún así, la necesitas, ya la haré yo, si se me permite, por ti). Un abrazo, bendita. Te echo mucho de menos.
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porque el Amigo Fiel jamás de los jamases tendrá que pedir perdón a nadie, porque NI HIZO MAL ALGUNO, NI DEJÓ DE HACER TODO EL BIEN QUE PUDO HACER ni puso excusa alguna para no hacerlo (para darnos, así, ejemplo). Y, encima, le pagaron traicionándole y abandonándole en la Cruz de su Calvario. Sólo la Virgen, San Juan y algunos elegidos estuvieron a su lado en su agonía.
Por eso te considero, Mamá, tan buena imitadora del Amigo Fiel: aceptaste y abrazaste las tremendas cuitas de toda tu vida con paciencia, longanimidad y meritoria alegría, y también, en el extremo, aguantaste tu agonía final con envidiable integridad, lealtad y valentía, a pesar del abandono de muchos.
Ahora, como premio por tanto sufrimiento, ya nadie ni te puede hacer sufrir más, ni abandonarte, ni quitarte tu corona de gloria eterna. NO PODRÁN. Ahora tú reinarás sobre los mortales y sonreirás, sin que nadie te pueda quitar tu alegría, y los que no se portaron bien se compungirán y gemirán amargamente, callando y bajando la cabeza como reconocimiento ante tu ejemplo ...
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En la hora de la muerte, ya no dependemos de nosotros mismos, sino de los demás. Pero a estos demás, incluido yo, también les llegará su hora.
¿Acaso no está escrito: "La medida que con otros usareis, ésa se usará con vosotros"?
Tan simple mensaje, pero las insidias del mundo ahogan que fructifique en nuestra conducta - la mía incluida -.
Pero tú resististe a la tentación, madre, y sí dio buen fruto en tu alma. Como la Buena Semilla en la buena tierra.
Te quiero, madre.
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Qué integridad la tuya al afrontar la muerte sin ayuda de casi nadie, y sin quejarte, tras una vida de sacrificio y animar a todo el mundo que estaba a tu lado.
¿Para qué tener apego a las cosas materiales y a los honores de este mundo, si los dejamos todos aquí al morir?
Los niños saben esto, y por eso sus almas son puras hasta que desgraciadamente viene los posesos para arrebatarlos del buen camino, ya desde plena adolescencia.
Viene el maligno y a cada uno le tienta donde más le duele: en la cobardía, en la lujuria, en la envidia, en el resentimiento, en la rapiña, en el mal genio, en la astucia, en el tramar maldades, etc,
pero tú: ¿te manchaste con algo de eso? No.
Demostraste siempre castidad, valentía, generosidad, contentarse con lo que te da la vida, buen humor, respeto a las propiedades ajenas, dar buen consejo en lugar de tramar maldades. Integridad moral y calor y amor a los demás.
Gracias doy al cielo por tener una madre tan santa.
Un abrazo. No me abandones en los años que me quedan en este mundo, y que yo recuerde, cuando me llegue la hora de la muerte, la bravura y desprendimiento con que la afrontaste, y reza mucho para que Dios me limpie de todos mis pecados en la hora de la muerte, y poder estar ya siempre eternamente contigo, sin insidias ni maldades de los que sucumben a las seducciones del Diablo.
Adiós, Mamá, ya me queda menos para intentar estar contigo.
E intercede por mí ante tus padres, aquella abuela Carmen que recuerdo me protegía como si fuera su propio hijo. Y al abuelo, que no le conocí, pero que en las fotos irradiaba su semblante la bondad y cristianismo, como el tuyo. TU HIJO
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es increíble con qué dedicación te dedicaste a la crianza de tus hijos y a ser una excelente ayuda a tu marido, todo ello adornado de amabilidad, pureza, discreción y longanimidad en las durísimas pruebas con las que entiendo el Señor quiso que reluciese más tu virtud.
Lo digo aquí para que sea público lo que solía ser una gran virtud discreta y sin alardes. Gracias.
Empezaría por los dolores de parto y llegaría hasta los consejos en edad adulta cuando empezaba yo mi caminar. En todo ese tiempo, una tras otra muestras incesantes de generosidad, ayuda, buen consejo, sacrificio, dolor por mis faltas, ... porque, necio de mí, no sabía que tenía a a una auténtica santa cristiana por madre. Un abrazo y te pido perdón una vez más por todas mis faltas.
Reza por nosotros, para que seamos valientes y humildes al pedir perdón por nuestras faltas, en sincero y definitivo arrepentimiento, como muy bien dice la Iglesia: tener firme propósito de exclusión de todo afecto a cualquier pecado, incluso venial. Porque el que desprecia o subestima un pecado venial, está poniendo puente de plata al mortal, y, por tanto, a su condenación eterna.
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