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COLABORACIÓN
Empacho de sentimentalismo
Es patente que la estructura o el marco de nuestra sociedad está impregnado de conceptos sentimentales que fácilmente influyen en los comportamientos humanos creando una cierta incapacidad para ver la realidad y anulando con ello la función de la razón. Decía Chesterton que un supremo defecto sentimental es conmoverse por las asociaciones de palabras en lugar de conmoverse por las realidades e ideas que hay debajo. No quiero decir con esto que hayamos de amordazar nuestros sentimientos, sino aprender -ya desde la infancia- a ponerlos en su sitio.
El sentimentalismo, en muchos casos, incapacita a la razón para distinguir entre realidad y ficción, dejando a oscuras la madurez de saber cumplir con el deber cuando éste no coincide con los sentimientos. Cuando alguien valora únicamente la satisfacción de sí mismo -me he enamorado- se hace incapaz de ver las cosas como son en realidad, anteponiendo por encima de todo sus sentimientos amorosos. Y lo mismo en cualquiera otra situación.
No es extraño, pues, que con esta inmadurez se desemboque en un fatalismo que oscurece la satisfacción del esfuerzo por equilibrar los impulsos naturales. Con la blandenguería no se han forjado los héroes de la historia ni tan siquiera una vida corriente responsable. La existencia no se basa en la selección de momentos siempre favorables y en renegar de las dificultades.
También es de Chesterton el comentario acerca de la sustitución del «se casaron y vivieron felices y comieron perdices», por el «después de divorciados el príncipe y la princesa por el hada madrina, fueron felices y comieron perdices», pues ni lo uno ni lo otro refleja la realidad. Son ficciones que con demasiada frecuencia nos muestran en películas y novelas, y que no enseñan a convivir con los molestos detalles cotidianos a los que es necesario enfrentarse diariamente.
Para desterrar el analfabetismo emocional sería necesario prestar atención a la educación sentimental. Muchas veces el corazón, como parte del alma, traiciona, y no conocemos con claridad lo que es bueno, malo, atrevido, horrible, dulce o estremecedor.
Claro está que la educación del carácter no es solo para tener éxito, sino también para hacer cosas grandes con ocasión de fracasos, injusticias, dolor o nuestras propias limitaciones.
Muchos problemas: fracaso escolar, incremento de la delincuencia juvenil y adulta, desintegración de la familia, drogas, etc., se reducirían considerablemente si supiéramos reaccionar contra todo lo que sea indulgencia con uno mismo, victimismo y pusilanimidad. Habría que aprender a arremangarse y a enjugarse las lágrimas.
En el reciente documento de la Conferencia Episcopal Española sobre \'La verdad del amor humano\' se recuerda «las sombras que se extienden sobre nuestra sociedad... por ejemplo la de la absolutización subjetivista de la libertad que desvinculada de la verdad termina por hacer de las emociones parciales la norma del bien y de la moralidad».
Se trata, en definitiva, de saber llevar los sentimientos a la intensidad adecuada. Y esto no se aprende con teorías, sino con la práctica, ensayando una y otra vez. Es una ciencia que tiene un nombre hoy muy traído y llevado: la ética, esa ciencia que nos enseña a sentir ordenadamente.
Y siempre puede aprenderse. No estamos necesariamente \'marcados\' por el bagaje emocional de nuestra primera infancia y adolescencia. Un adulto puede aprender. Los años no crean una barrera inamovible tras la que escudarse.
El equipo de Rememori.com quiere hacer llegar a su familia y allegados su sincero mensaje de condolencia, y ofrecerle todos los servicios que ofrece nuestra web, para recordar y homenajear a sus queridos fallecidos.