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Es un hombre que, con sus noventa años cumplidos, no se cansa de repetir que vive en su cielo particular, y es que, después de todo lo que ha sufrido, está rodeado de ilusión por la vida. Existe una frase de William Hazlitt que dice así: ''el hombre es el único animal que ríe y llora, porque él es el único que conoce la diferencia entre las cosas que son y las que debieran ser''. Me resulta fascinante ver a un hombre como Ángel llorar de alegría. Su historia, como la de muchos españoles que nacieron a principios de siglo pasado, está plagada de humildad y de mala fortuna, emborronada por los abusos de poder del clero y el gran cacique. Desde el inicio de la guerra estuvo en ella como camillero, siendo aún apenas un niño, y mientras el enemigo avanzaba, recuerda en su mente gravado a fuego aquel cartel que le instaba a forjar su moral de guerra, para que en los momentos de mayor peligro se olvidara de sí mismo y pudiera acordarse de los compañeros que caían en combate. El rugido de los cañones, los bombardeos, los cuerpos amputados, sangre joven en la que ardían las ideas de revolución, la metralla que nada perdona, el lamento de los heridos, hombres cayendo en filas sin fin... Todas las ilusiones de los primeros momentos se iban desmoronando para ver que, en la universalidad de todo conflicto, el único contendiente es el ser humano contra su propia dignidad. Al acabar la guerra, Ángel pasó tres años en una cárcel franquista y cuatro más en un batallón disciplinario, donde me explica crímenes casi inverosímiles vividos en primera persona, y trata de hacerme entender la angustia de pasar cada noche esperando a que te llamen para ser fusilado. Pero entre tanta bestialidad, a mi me fascina ver cómo se emociona al hablar de las mujeres de su vida, y es que parece que el destino le tenía reservado un camino espinoso. Al enfermar su primera esposa, pasaron cerca de cuatro años de sufrimiento, viajando a Madrid en busca de oncólogos más o menos pretigiosos y viendo como, a pesar de la impotencia, un ser querido y tan cercano sufría y se marchaba lentamente. Otro golpe que le magullaba aún más el derecho a ser feliz. Al cabo de un tiempo, ya en Barcelona, conoció a la que sería su segunda mujer. Por aquel entonces Ángel trabajaba en Agroman, una empresa relacionada con la construcción, y vivían realquilados en un pequeño piso de Sant Boi.. Por eso, al quedarse ella en estado de su segunda criatura juntos, decidieron que lo más sensato era que su mujer cogiera un autocar hacia Granada, donde la esperaría la familia de Ángel, hasta que las cosas marchasen un poco mejor. El día 27 de diciembre Ángel recibió un telegrama que le llenó de esperanza. Decía así: ''Concha. Una niña. Las dos bien.'' Lleno de alegría se fue a celebrarlo con un hermano suyo que vivía en Cornellà, a poca distancia de Sant Boi. No olvidará la muda sensación del día siguiente al llegar del trabajo; era otro telegrama que le enviaba su cuñado: ''Concha muerta. Entierro mañana''. Había muerto de repente, del corazón. Estas situaciones hicieron que Ángel se planteara hasta el sentido de seguir vivo, preguntándose la necesidad de tanto sufrimiento, angustia y malos tragos; y si acaso no valía más la pena dejar todas las penurias arrolladas en una vía de tren. La vida ha sido cruel con él, y repetidas veces me ha dicho que ha llorado y padecido mucho. La verdad, no es para menos, y personalmente admiro su fortaleza. La vida se había convertido en una pesadilla interminable para Ángel, pero es cuando te vienen esas cositas buenas y la convierten en un sueño agradable que de repente te apetece vivir y disfrutarlas con simpatía. Si le pides a Ángel que te resuma su camino te dice: ''Yo he vivido una vida maravillosa gracias a la mujer que tengo ahora, con la que acabo de celebrar las bodad de plata. Tiene una capacidad, una inteligencia cristalina... A veces lloro de alegría, el corazón mío se lo daría a ella, yo muero por ella, después de tanto que he sufrido...'' Y sí, llora. Dice que le debe a ella el tener noventa años y encontrarse bien, que le ha dado la vida, que es lo más bonito que ha tenido, su alegría y su consuelo. Un día, Ángel me confesó que tiene un sueño que se repite de vez en cuando. En él, está en la cárcel muy débil, y sueña que se muere su hermano Tomás. Mientras, su pobre madre se lo dice sufriendo. Al enterarse, él va en busca de su hermano que se dirige al cielo y le llama: ''Tomás, espérame! No te vayas sin mi!''. Así que llegan al cielo y a las puertas está San Pedro que le dice: ''Pasa Tomás, pasa!'' Pero cuando Ángel intenta pasar detrás de su hermano, San Pedro le dice: ''Tú no. ¡Tú has sido comunista! ¿A dónde vas tú? Tú pasa para aquí''. Y entonces Ángel mira hacia ese otro lado que le señalan y no ve más que gente en la horca, personas atravesadas con pinchos y demás cosas desagradables. Un escalofrío le recorre el cuerpo de pensar lo mal que lo va a pasar en ese lugar horripilante, pero se acerca a San Pedro y le dice: ''¡San Pedro, por favor, déjeme pasar aunque sean cinco minutos para ver a mi hermano!'' Finalmente, el apóstol cede y avisa: ''¡Tomás, ven, que tienes visita!''. Una vez dentro, allí, en el cielo, es todo como una alucinación maravillosa, todo lleno de bebida, de mujeres preciosas; en fin, como un sueño. Se pasan yendo y viniendo de un lado para otro, cuando de momento... ¡zas! Alguien le agarra fuerte de la oreja. Se gira para ver quién le estira con tanta fuerza y ve que es San Pedro que le reprocha: ''¡Canalla! ¡Te dije cinco minutos y llevas aquí veinticinco años!''. Por eso, Ángel me dice que, después de una vida tan dura, gracias a Antonia, su mujer, ahora vive en su cielo particular, una mujer increíble que le conforta y le ilumina. Lo importante de la vida Ángel y yo hemos hablado de muchas cosas, de política, religión, sociedad, amores... A parte de su felicidad compartida gracias a su pareja, a Ángel le reconforta ver que, según palabras suyas textuales, la justicia va abriendo los ojos, porque antes la libertad que había era rezar el Padrenuestro. El mandatario que había cuando él era un niño eran el clero y el gran capitán (burgués, cacique, terrateniente...), que pagaba tres pesetas por trabajar catorce horas diarias y a penas dejar respirar a sus jornaleros. Con lo mucho que ha vivido, ve que el tiempo está dando la posibilidad de llegar a donde tenemos que llegar, un lugar en el que la justicia sea para todos, y no sólo para aquellos que puedan pagarla. Recordando que sólo mientras duró la República podía ir a la escuela, -aunque eso sí, por las noches cuando terminaba de trabajar- se irrita diciendo: ''¡Tanto Dios y tanta cosa y tan poca humanidad! Ese Dios, ¿dónde estará escondido?'' Por suerte, en comparación con la época de su niñez, piensa que la gente va despertando y que cada vez se está más cerca de dejar atrás la esclavitud. Es un utópico empedernido con las ideas muy claras, que desea libertad para los pueblos y que los trabajadores sean respetados y bien pagados, así como que todo niño de cualquier parte del mundo tenga acceso a una educación, porque para él la cultura es lo más importante de las personas. Lo valioso para él es eso, una libertad que pertenezca a todos, y no como la felicidad de ese cielo que excluye a los comunistas y a otros tantos. 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El señor don Angel Sanchez Castillo

Falleció el día 15-05-2010
en Barcelona a los 91 años